Bares del Barrio de las Letras

Entre las mejores coctelerías del mundo, la de Diego Cabrera es, sin duda, parada obligatoria para todo buen bebedor de la ciudad. Y como la fama le precede no es fácil hacerse con un hueco en el que es uno de los bares en el Barrio de las Letras más solicitados. Aquí, las sorpresas se suceden como en la vida de todo salmón. Los cócteles clásicos y las fascinantes creaciones de la casa componen una carta siempre más que apetecible. Tragos para todos los gustos que combinan bien con su sección sólida. Para sentarse y dejarse llevar.

La actriz, cantante y bailarina Joséphine Baker de musa (primera mujer negra en entrar en el Panteón de París) y el regreso a los años 20 como piedra angular sustentan la propuesta de Lovo Cocktail Bar Madrid que arrancó bajo la dirección creativa de Frank Lola (Brand Ambassador de Beefeater Gin y consultor interno de Pernod Ricard). Abren cada día a media tarde y puedes estar tomando cócteles casi hasta que amanezca. Mucho jazz de fondo y una carta entregada al finger-food más heterogéneo e internacional para picar algo entre cóctel y cóctel.

No, no nos hemos equivocado: La Analógica, antes en Malasaña, ahora está en Las Letras, en un local próximo a la desembocadura de la calle Huertas en el paseo del Prado. Esta es una coctelería indie-rock en la que tragos, música y fotos hacen honor a su nombre, con un espíritu vintage que enmarca todo el concepto y conecta la decoración, lo que suena y se bebe con el resto de los elementos que definen su particular oferta. Parte de la experiencia de Analógica es saberse bebiendo inmerso entre discos de vinilo y fotografías analógicas realizadas en diferentes momentos y lugares por Nick, dueño y creador de La Analógica.

Una esquela personalizada de aire gótico ilustra la portada de una carta, concisa y transparente. “Tenemos dos máximas: no copiar nada ni a nadie –ni estética, ni actitud, ni selección musical– y crear comunidad, una red de carne y hueso, que vengas y puedas charlar amistosamente con el barman o con otros clientes”, explicaba Alberto Villarroel, uno de los socios fundadores de este bar del Barrio de las Letras. La coctelería, perfilada por luces bajas y detalles singulares, exhibe un carácter tan único como innegociable. 

En un listado de los bares del Barrio de las Letras, no debería faltar La Dolores. Y es que, lleva desde 1908, cuando abrió sus puertas como casa de comidas, al pie del cañón en el mundo de la hostelería. Muy reconocibles entre los asiduos de la zona (y también queridos) son los azulejos de su fachada, que ya anuncian un interior como sacado de otra época: filas de botellas de cervezas llenas de polvo, una larga barra llena de pinchos y aperitivos, mobiliario de robusta madera y fotografías y carteles en sus paredes que nos hablan de un tiempo que ya va quedando algo lejos.

La Santoría es un original cocktail bar, de los que se guardan para el recuerdo. No es solo que, por su estética, sientas que estás entrando en un lugar en el que se practica la santería latina en el altar que es su barra, es que además, el concepto está tan trabajado que lo han llevado hasta la carta, donde en vez de cócteles uno se encuentra pociones. A este bar del Barrio de las Letras uno no viene solo a beber, viene a probar hechizos rodeado de estampitas, rosarios de colores, crucifijos tuneados y demás imaginería pagana.

De este gloriosamente desgastado bar de los de toda la vida no se ha tocado ni un centímetro. Viejos carteles de Jerez, barricas detrás de su mostrador de madera y paredes que recuerdan el humo de décadas de tabaco. Solo sirve fino, manzanilla, palo cortado… junto con una breve pero excelente selección de tapas frías: queso, cecina, mojama… Con la primera ronda, siempre unas excelentes olivas para acompañar. Aún anotan la cuenta en tiza sobre la barra. Prohibido escupir y hacer fotos. No aceptan propinas.

Eduardo insiste. "Somos un bar. Nos centramos en la coctelería clásica, pero también servimos cervezas y vino. Queremos que el cliente nos vea como un espacio polivalente". Lijaron con respeto la madera que cruje, tapizaron las viejas sillas altas, barnizaron la gran barra que recorre todo el espacio para no perder la herencia del local y abrieron. "Trabajamos con producto fresco. A partir de ahí hacemos nuestros propios siropes, macerados, bitters... La temporada marcará el paso pero también las novedades del sector". La entrega es tal que no duda al echar mano de su colección de cristalería del siglo XX, vasos con baño de plata y extrema delicadeza que no tienen réplica. 

Otra más en la lista de cervecerías de la zona (la más exótica que tienen aquí es la Guinness), a la que nunca vino Hemingway y por ello es más barata. Dos entradas llevan a dos espacios diferentes. Uno con sitio para sentarse y otro no.  Y tiene terraza en la plaza.  Está bien para picar algo a la hora de comer: ensaladas decentes y una buena variedad de pulgas.

Habrá quien beba por primera vez una media combinación, clásico casi olvidado a la hora del aperitivo, y quien recupere el sabor de un Ramos Gin Fizz pasada la medianoche. Diego Cabrera se sirve de las historias grabadas en el artesonado, la barra de zinc y los azulejos centenarios del local para erigirse en el más avezado heredero de esa elegancia sin tiempo.